sábado, 5 de junio de 2010

Apoyó una mano en la hoja, apoyó la otra, cogió impulso, y saltó. Salió de entre esos folios, de esa pequeña historia. Volvió al mundo. Se escabuyó de la narración sin siquiera despedirse de los personajes que le habían empezado a caer bien. Miró alrededor, a su habitación, cogió los papeles, los miró y en la cara se le dibujó una sonrisa, los dejó en la cama, y se fue. Dejándo los montones de letras allí, las aglomeraciones de parráfos, o si queremos otro sinónimo para esa historia, su creación ganadora del concurso, de la que se sentia más orgullosa que una madre presumiendo de las notas de su hijo delante de sus amigos. Porque para ella, esas hojas, leoneras llenas de palabras, son algo más que una historia

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